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viernes, 24 de diciembre de 2010

Gente corriente
Bailarín. Pero antes jugó voleibol profesional, y ahora lo tienta la prevención de riesgos. Un hombre que cambia.
Jordi Traver: «A una mujer que no sabe la saco a bailar un pasodoble»
Su primera gran metamorfosis Jordi Traver la puso en marcha cuando tenía 30 años, se había convencido de que nunca sería una estrella y decidió dejar el voleibol profesional. «Hice una carrerita. ¿Era bueno? A nivel de Catalunya no era malo. A nivel de España era mediocre». Había prestado sus servicios en el Hispano Francés, en el equipo de la Agrupación Deportiva Bomberos y en el Orient Puerto de Málaga, pero el sueño de ser un grande se había esfumado y él optó por un cambio radical: iba a convertirse en bailarín de ballet.

-Radical... lo que se dice radical.
-Bueno, había antecedentes. Le explico: antes del voleibol, cuando yo tenía 16 o 17 años, el tema del ballet me llamaba mucho la atención, pero cuando fui a preguntar a las escuelas me miraron como a un marciano. Porque ya era muy mayor, primero, pero sobre todo porque era chico. Ni uno, no había ni uno. Lo que ocurrió es que lo del voleibol despegó, de modo que yo me olvidé.
-Y cuando dejó el voleibol...
-Pues sí, dejé el voleibol y aún estaba en forma, y el ballet me seguía gustando y volví a probar. Hay una fecha clave, por cierto: el 1 de julio de 1995. Es cuando voy a la escuela de danza de Ramon Solé, le cuento mi historia y él lo primero que me dice es esto: «Dame el pie». Le dejo ver mi pie y él dice: «Tienes buen en dehors». Él entonces ya estaba muy enfermo, y yo creo que por eso lo de encontrar de repente a un hombre adulto, con mi historia, que tenía tanta ilusión... yo creo que todo eso a él le dijo algo.
-Cuénteme. ¿Muy difícil?
-Pues sí. Duro. Pero el hecho es que a mí me encantaba, y Ramon prácticamente me había adoptado, así que había mucho empeño. Hasta que un día llamó Marisa Yudes, que tenía una escuela de danza en Badalona, y le dijo a Ramon que necesitaba un chico, y Ramon me recomendó. Y fue con ella que terminé haciéndolo casi todo: El lago de los cisnes, Coppélia, El Cascanueces, La bella durmiente...
-¿Y empezó a trabajar en las salas de baile? ¿O eso fue después?
-No, fue más o menos a la vez. La verdad es que en ese momento todo se solapa: el ballet clásico, los bailes de salón, las clases... No le había dicho, ¿no? Sí, también daba clases, de hecho lo sigo haciendo. En centros cívicos, gimnasios, asociaciones...
-Cuénteme lo de las salas de baile.
-Eso fue gracias a un amigo. Trabajaba en el Sutton. Yo le había dicho: «Si alguna vez necesitan a alguien, dímelo». Y así fue. Un día me llamó.
-¿Y usted sabía...?
-Qué va. ¿Pero usted cree que yo sabía mucho cuando hice mi primer ballet? Lo justo. Tenía facilidad, presencia física y una técnica que sí, era limpia, pero discreta. Nada más.
-¿Y en las salas?
-¿Quiere que le cuente? Tocaban un tango y yo me iba al baño. Lo demás, bueno, sabía cuatro cosas y me defendía. Sabía lo básico del chachachá, del foxtrot, del pasodoble... Lo que más echaba de menos era saber llevar a una mujer en la pista. Y eso es lo más importante en esos sitios.
-¿Saber llevar?
-Claro. En mi opinión, el trabajo del bailarín de sala no es tanto bailar bien como adaptarse a la señora. Y para eso hay mil estrategias, solo que yo entonces no las conocía. Las conozco ahora, que llevo 15 años.
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo: a una señora que no sabe lo mejor es sacarla a bailar pasodoble, que es básicamente caminar, y luego darle vueltas mirando siempre que ella te encuentre de frente. Tú haces eso y se va contenta. Porque de eso se trata. Tu trabajo es que ella diga: «Mira, he bailado un tango y no sé ni cómo lo he hecho».
-O sea, que fue aprendiendo.
-Poco a poco. Y luego ya cogí carrerilla, me empezaron a llamar de varios sitios... Pero no solo salas de baile, ¿sabe? Le voy a contar algo: una vez me contrataron para el cumpleaños de una señora. ¿Sabe cuántos hacía? Ochenta años. ¿Y sabe por qué me llevaron? Porque había enviudado hacía 10 años y desde entonces no bailaba. Pues eso: estuve dos horas bailando pasodobles con ella. Al poco tiempo supe que había muerto.
Su segunda gran metamorfosis Jordi Traver... Está en ello: después de 15 años de trajinar por todas las salas de baile de Barcelona, de enseñar en centros cívicos, gimnasios y asociaciones de vecinos y de hacer ballet clásico («aunque eso, la verdad, lo he ido dejando...»), Jordi se ha sacado la titulación en Prevención de Riesgos Laborales. Y lo que quiere es dedicarse a eso. Nada que ver con el voleibol. Nada que ver con bailar.
-Radical.
-Etapas. Tengo etapas.

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