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sábado, 26 de febrero de 2011

Gran monumento al botellón

Esta semana el clima invernal se ha suavizado. El frío es corto en Barcelona. Dura lo que duran las conversaciones de ascensor, pero cuando se llega al piso deseado la gente se olvida del clima. Quedan entonces los efectos colaterales del paso de la gente por la vía pública. Sobre todo de noche, ese momento que antes de la televisión servía para que los vecinos sacaran a la acera sus sillas de enea y se contaran historias cercanas. Hoy las calles son solo avenidas de ciudadanos apresurados y de gente que va por el mundo con una bolsa de plástico llena de botellas. Es uno de los efectos colaterales de la ley antitabaco. La gente fuma igual, pero al aire libre. La gente bebe igual, pero con combinados de supermercado. La gente grita igual, pero los que intentan dormir se agitan airados en sus camas. Tanta ordenanza y tanta prohibición nos salva de algunas enfermedades pero nos provoca otras.

En estas reflexiones voy a tomar el sol a la agradable plaza de Comas, ahí dónde se levanta la sede del distrito de Les Corts. Sobre el empedrado se erigió hace unos años una magnífica estatua con un personaje tocado con barretina, de barriga prominente y de chaleco estrecho. Si no fuera de bronce el botón que le sujeta la barriga acabaría con las tripas del homenajeado por los suelos. En la mano derecha del personaje se ve lo que podría ser un vaso de vino. Se trata de un vaso al que los alegres dipsómanos nocturnos han ido convirtiendo en un recipiente bruñido. Frente a la estatua una placa recuerda que se trata del prohombre local Pau Farinetes. Entro en la sede y allí, una amable y veterana funcionaria me cuenta que Les Corts, antes de ser absorbida por el ayuntamiento de Barcelona, contaba con un concejal orondo y simpático cuya fama ha llegado hasta nuestros días. Algunos dicen que su nombre real fue Pau Piera. Otros añaden que el apelativo Farinetes provenía de una casa cercana donde, entre otras labores, se hacía el pan. Y el concejal Pau llegaba a las reuniones de su pequeño ayuntamiento de Les Corts con el polvillo blanco de la harina condecorándole el vestido. «¿Y el vaso de vino que se supone que lleva en la mano?», pregunto a la amable funcionaria. «Por lo visto Pau Farinetes era conocido por pasear por su pueblo digamos que un poco alegre».

De ser cierta esta anécdota que se remonta a antes de 1884, que es cuando Les Corts pasó a ser una parte del municipio barcelonés, tendríamos en Barcelona el primer monumento dedicado a los honrados bebedores públicos. Hay muchas estatuas en la ciudad. Tal vez una de las más bellas sea la que muestra también en tamaño natural al urbanista Rovira i Trias, autor que fue del proyecto ganador del Eixample de Barcelona. Madrid tumbó el proyecto de Rovira en beneficio de Cerdà. Y ahí le tenemos, sentado en un banco de la plaza graciense que lleva su nombre mirando la ciudad con melancolía. Todo lo contrario que el Pau Farinetes de Les Corts, con su barretina plegada y su vaso ebúrneo, sin duda un precursor de los grandes botellones que nos esperan de ahora en adelante. Pau Farinetes ha sido inmortalizado por el mismo ayuntamiento que ahora, gracias a ordenanzas cada vez más restrictivas, no duda en perseguir a los bebedores de la via pública, a los fumadores de los ámbitos cerrados, a los que se equivocan en la selección de basuras o a los que no sepan llevar su automóvil a 10 por hora. Si Pau Farinetes levantara la cabeza seguro que nos invitaría a una ronda aunque solo fuera para olvidar.

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