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sábado, 26 de febrero de 2011

Opinión: Una locura muy particular

«Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos», decía León Felipe. «En España ya no hay locos», decía el poeta, y sus versos los recuerda y aún los canta Paco Ibáñez. Lo hizo la semana pasada en Barcelona en un acto de homenaje a José Saramago. «Ya no hay locos», cantaba Paco Ibáñez, y mientras lo escuchaba, no sé por qué, pensé en aquello que publicó hace muchos años un diario neoyorquino en referencia a una actuación de Lola Flores en un teatro de la ciudad: «No canta. No baila... No se la pierdan». Quizá los artistas más grandes son los más irrepetibles, los más inclasificables. Paco Ibáñez no destaca por su virtuosismo a la hora de cantar, tampoco es un guitarrista especialmente habilidoso, pero, en cambio, su voz crítica y gruñona esconde alguna extraña virtud que la hace necesaria y casi imprescindible.

Lo pude comprobar en el recital que improvisó con motivo del homenaje a Saramago. El acto reunió, además de Paco Ibáñez, a un buen puñado de amigos y admiradores de Saramago que quisieron leer en voz alta algunas de las páginas más destacadas de su último libro. La palabra de Saramago, comprometida, lúcida y, sobre todo, indignada, se mezclaba con los versos poderosos de León Felipe y la voz resquebrajada de Paco Ibáñez. «¡Tengo ganas de protestar!», decía el cantante, y pensé, tal como está el panorama, que tenía toda la razón del mundo y que lo que podría parecer un espectáculo pasado de moda y de rosca se cargó de vigencia y de sentido. En estos tiempos de ideologías difusas y compromisos blandos es toda una revelación comprobar que aún quedan algunas figuras coherentes, que no olvidan qué significa ser de izquierdas y que no tienen ningún complejo ni ningún problema en seguir diciendo lo mismo y metiéndose con la misma gente con la que se metían hace 30 años, porque algunas cosas, por desgracia, nada han cambiado. Suerte tenemos de algunos «locos ilustres» en peligro de extinción que van a contracorriente en un tiempo y un espacio donde, como diría el poeta, «todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo».

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