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domingo, 27 de febrero de 2011

Zape (Villa), Zipi (Messi) y el amigo (Pedro)

Cuentan que el emperador Julio César se hacía acompañar siempre por un servidor que le decía continuamente: «Recuerda que eres mortal, recuerda que eres mortal». Ni el prodigioso y galardonado Messi (Zipi), ni el pícaro y artificiero Villa (Zape), ni, mucho menos, el modesto y pillo Pedro, don Pedro (su amigo), tienen necesidad de ese tipo de consejo, de recuerdos de esa envergadura.


Ellos se saben la punta de lanza del mejor equipo del mundo. Se reconocen las flechas, pero saben que esas puntas ni hieren ni matan ni hacen daño sin un buen arco. El Barça, anoche, en Palma, afrontaba una prueba de fuego. No es el Iberostar Estadio un campo fácil y a él acudía el equipo de Guardiola sin cuatro titulares (Valdés, Alvés, Puyol y Xavi). Era, como diría, Johan Cruyff, una noche para las vacas sagradas. Y ahí estuvo, cómo no, el trío de atacantes, que emergió para sentenciar después de que los culés durmiesen el partido durante la primera media hora de juego.

Guardiola, que casi nunca ha utilizado a Messi frente al Mallorca (anoche jugó como titular su segundo partido de los últimos ocho enfrentamientos con los rojillos), colocó a la Pulga en el once titular y el mejor jugador del mundo hizo un recital de tal tamaño que hasta marcó de cabeza, controlando el balón primero y cabeceando de vaselina frente a las dos torres, Nunes y Rubén, y ante Aouate. Y, cómo no, el estadio estalló de admiración. Ese chico, con plaza de aparcamiento en el corazón de todos los culés y de millones de aficionados de todo el mundo, había logrado otro más difícil todavía. Demostrar que es el pequeño más grande del planeta.

Pero Messi no estaba solo. Mientras las columnas y piernas de Piqué, Keita, Abidal (prodigioso) y Busquets sostenían al equipo y paraban cualquier reacción rojilla, Villa, desesperado, huérfano de Xavi, que le mire sin verle, que le mete balones de gol a ciegas, que le intuye desde casa, se movía marcando huecos sin que ningún compañero fabricara la magia del de Terrassa. Hasta que el gigantón Busi, a quien algo se le ha pegado de tanto rozar a Xavi, le metió un balón mortal al asturiano, que hizo otra de las suyas, dribló a Aouate y marcó su gol 17º en la Liga, superando ya el registro de Ibrahimovic de la pasada temporada. Y el estadio dejó de ser rojo para ser azulgrana. En el palco, Rafa Nadal, Carles Moyá, Alberto Contador y David Bisbal mostraban su admiración por tanta fantasía y calidad. Ellos, que son de lo mejor, se quedaron boquiabiertos. Y se acabó el partido.

Pedro se supera a si mismo

¿Acabar?, ni hablar. En una noche así, en una noche de vacas sagradas, faltaba el ternerito juguetón, el pícaro que chuta y golea, que pone el ojo y la bala en el mismo agujero. Por eso faltaba aún el gesto de Pedro, que llevaba cinco partidos sin marcar lo que para un goleador como él, era demasiado.

Pedro aprovechó la recta final del partido, un Mallorca entregado y un estadio rendido, para meter uno de sus zapatazos por la escuadra. Para superarse a sí mismo y sumar su 13º gol en la Liga frente a los 12 de la pasada temporada. Como debe ser. Así son los tres peques. Mortales. Decisivos.

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