Argentina y Brasil: no tan distintos
Las modas son fenómenos complejos. Afectadas por factores genuinos, son también altamente influenciables por los medios y la psicología social. Igual con los países, que se ponen de moda no solo por la calidad de sus políticas sino también por primeras impresiones, prejuicios y apariencias.
Tomemos, por ejemplo, el caso de Brasil. En 2003, la anticipación de una victoria de Lula precipitó una crisis financiera, alimentando un escepticismo que acompañó al país hasta mediados de la década, a pesar de un exitoso esfuerzo para reducir fragilidades financieras desendeudando y desdolarizando su economía. Hoy, tras aprobar con honores el examen de la crisis mundial, y apuntarse como sede de los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol, Brasil es el país fashion de América Latina. El dato de que aún no haya probado ser capaz de crecer a tasas asiáticas sin generar inflación es solo una anécdota a los ojos de apologistas que a menudo lo miran en el espejo de China, su partenaire en el desparejo BRIC. De hecho, en su apogeo, Brasil sufre de un exceso de entusiasmo que atrae capital especulativo, dificultando el manejo macroeconómico.
Argentina no ha tenido esa suerte: con la excepción de un fugaz enamoramiento en los años noventa con su (a la postre, desastrosa) fijación al dólar, su reputación en el mercado parece inalterablemente degradada. La sólida recuperación del colapso de 2001 es atribuida, alternativamente, al rebote de la crisis, al auge de los bienes primarios, a los dividendos cortoplacistas de políticas miopes o a la buena suerte, sin conmover al imaginario internacional. La mera posibilidad de que algunas de las múltiples heterodoxias argentinas pueda haber sido adecuada dadas las circunstancias del país no recibe ni siquiera el beneficio de la duda.