Que hay dos españas, eso ni se dude, la España del Madrid o lo que representa Madrid mejor dicho y la España que representa y a representado siempre el Barcelona. El Real Madrid históricamente se le asimila con la clase gobernante, con la España centralista ¿recuerdan? El equipo de Franco se decía o mejor el equipo del régimen. Es verdad que como en casi todo en la vida, una cosa son las etiquetas, y otras las realidades, pero “cuando el río suena…..”
El himno retumbó en Mestalla al entrar el Rey Juan Carlos entre pitos y ovaciones. Ni un minuto duró el himno español retumbando el viejo Mestalla con tanta virulencia que parecía venirse abajo. Ni un minuto duró. Pero fue más que suficiente para observar el retrato de las dos Españas, simbolizado en dos clubs, dos mundos, dos banderas, dos aficiones. Entró el Rey, reventaron los tímpanos con tanto decibelio y un inmenso manto blanco se extendió a la derecha del palco real para festejar el himno. En la otra punta de Mestalla, una marea de camisetas azulgranas respondía con una interminable serie de pitos.
A un lado, aplausos y banderas españolas, algunas incluso con el símbolo franquista presidiendo los colores rojo y amarillo. En el otro lado, centenares de senyeres, muchas estelades, demostraban la existencia de esas dos Españas tan cercanas en lo geográfico como separadas en millones de cosas. El pueblo madridista se sentía feliz jaleando ese himno que no tiene letra. Era prácticamente casi un minuto de gloria, arropados por esa imponente megafonía que podía con todo, ese mismo instante detestado por la gent culé. De medio Mestalla surgían los gritos de «¡Viva España!», que no podía silenciar la otra mitad de Mestalla. El balón estaba aún detenido. La música sonando y el barcelonista a grito pelado intentando defender su identidad y, por supuesto, su singularidad.
Tensión y crispación
Hace dos años, en la final del 2009, con la afición del Barça y del Athletic unidas por muchas más cosas que el fútbol, las protestas a la entrada del monarca fueron mucho más generalizadas. Existía entonces un ambiente de hermandad, antes y después del partido, que no se vio en esta ocasión. La tensión era absoluta. La crispación, también. De aquella noche, con triunfo azulgrana (4-1, remontando el tanto inicial de Toquero) y concordia con los vascos, incluso en la derrota, ni rastro hubo. Ni siquiera el balón los unió en Mestalla.
Una vez resuelto el protocolo (hasta dos minutos estuvieron formados ambos equipos aguardando la entrada del monarca), se libró esa primera batalla. Llena de alto contenido simbólico. Que trasciende, incluso, de lo puramente deportivo para definirse con una grandiosa potencia visual.
A la derecha del palco real, miles de blancos, aunque no todos iban de blanco, y a la izquierda (otro guiño), miles de culés, la gran mayoría con la camiseta del Barça puesta, otro signo de que los tiempos han cambiado. Antes eran las banderas de Catalunya las que izaban orgullosos los aficionados. Ahora no solo llevan esos palos sino también una camiseta que los identifica con sus héroes.
Tras esos protocolarios dos minutos de espera, con la mirada perdida casi todos los futbolistas, culés y merengues, sonó en Mestalla ese himno en su versión más corta. Sin duda. Apenas 49.9 segundos para dibujar lo que separa política, ideológica y hasta culturalmente a dos clubs. Sí se trataba de que se escuchara el himno, se escuchó. Y mucho más que en el 2009, pero retratados quedaron dos mundos entre Barça y Madrid.
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