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lunes, 17 de enero de 2011

Pedos en la cama y sus trágicas consecuencias

Tarde o temprano, más pronto* de lo que se piensa, invariable e irreversiblemente, llega ese momento tan temido para una dama, señorita, mujer. La verdad es que una no está preparada para ese acontecimiento, por más viajada, culta o leída que se considere. Pensé que por creerme acá, muy open mind, esa transición sería más sencilla. Pero no.

Llega un día, cuando estás en feliz amancebamiento, que tienes pedos en la cama.

Los caballeros hombres que tienen el buen gusto de leer este H. Blog dirán que las féminas le hacemos mucho de pedo. Sin embargo deben comprender nuestra crianza. La madre mexicana, ese baluarte de nuestra sociedad, no sólo nos inculcó cómo “limpiarnos la colita” para prevenir infecciones; también nos grabó en el subconsciente que no debemos masticar y hablar, masticar y reír, andarse agarrando las partecitas, eructar, sentarse con las patotas abiertas y por supuesto, echarse pedos en público.

Pero ya saben, se sale una de su casa y crece al “ahí se va”. Aprende que la vida no vale nada, no vale nada la vida y otras canciones jocositas, comienza a chupar y se olvida ¡oh dios! de las enseñanzas de mamá. Al menos y en mi caso, de casi todas. Porque lo que toca a limpiezas de partecitas y pedos, lo sigo haciendo con vehemencia y repitiendo las palabras que mi santa madre me decía: “de adelante pa´tras”.

La noche era nocturna, la luna ausente y yo estaba en mi primer día de menstruación. (introduzco este sangrón issue a este bonito texto porque más de un ignorante, ignora que Andrés inflama el abdomen femenino cual botella de coca-cola agitada). Yo leía, junto a mi querido amancebado, algún cuentito en la cama. En eso, me dieron ganas de echarme un pedito. Uno pequeño, ya saben. El cuento en cuestión estaba muy interesante y la hueva era mucha para disculparme, levantarme de la cama e irme a pedorrear al baño.

¡Ay! ¡Qué chistoso suenan tus peditos!
(me dijo aquél, fue uno pequeñito)

Vamos a ver jóvenes imberbes. Cuando eso pase, su deber es hacerse pendejos. Hacerse el sordo y anosómico repentino. Eso fue un fantasma, un sonido más en el ambiente, el perro. Créanme cuando les digo que eso y contestar en automático “NO” al “¿Me veo gorda?” son los pilares de una relación.

La verdad, sí me dio coraje esa celebración exaltadora de lo que mi santa madre me dijo no hacer. Por eso, comencé a mearme en la regadera, sacarme los mocos con las manos, escupir y cambiarme de tampax en su presencia. (Ya eructaba sonoramente, para quien se lo pregunta)

Pero tanta película japonesa ha dañado el cerebro de mi pobre amancebo. El hombre no tiene capacidad del asco y ahora me pide que no le jale al baño, que quiere hacer pipí sobre mi caca.

¡Por favor ayúdenme!


Escrito prestado del blog: Computita


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