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jueves, 3 de febrero de 2011

Mireia Martí: "Cuando él volvía a casa, me temblaban las piernas"

Una interesante entrevista a una mujer corriente.
Como en el caso de María José Carrascosa -la abogada valenciana que cumple prisión en EEUU acusada de secuestrar de su hija-, la de Mireia Martí (Mataró, 1979) empezó siendo una historia de amor con un norteamericano y ha acabado en thriller judicial, con procesos abiertos a ambos lados del Atlántico.

-¿Cómo se conocieron?

-Le conocí volviendo en Talgo de Madrid. Me contó que era hijo de un reconocido científico norteamericano y que se había tomado un descanso de los estudios de Medicina.

-Y se enamoró.

-Me conquistó por las cualidades que realmente no tiene: nobleza, empatía, ternura. Tras unos años carteándonos, lo dejé todo y me fui provisionalmente con él a El Paso (Texas). Pronto vi que se encerraba 10 horas con el ordenador. Le pregunté qué le pasaba y me explicó que sufría un trastorno por déficit de atención y que necesitaba recluirse para estudiar -ha hecho Matemáticas y Biología, le echaron de Medicina y ahora estudia Ingeniería Informática-. Abusaba de unos fármacos que contenían anfetamina y tenía altibajos.

-Aun así, se casaron.

-Y al cabo de un año me quedé embarazada. Empezó el maltrato psicológico. Me decía «no vales para nada» o «adónde vas así, si pareces una foca». Iba minando mi personalidad. Cada vez tenía menos independencia. Regresamos a Mataró y tuve a mi hija.

-Eso le debió de dar seguridad.

-Sí, pero los malos tratos aumentaron. Durante el segundo embarazo empezaron los empujones, los insultos y las amenazas de que se llevaría a las niñas a EEUU. El 16 de diciembre del 2009 se fue a su país diciendo que si no le seguía, ya sabía a qué atenerme.

-¿Se fue así, sin más?

-Sí. No me pasaba un duro ni llamaba para saber de las niñas. Inicié un proceso de separación. Al cabo de seis meses volvió con la bandera blanca, argumentando que las niñas merecían tener un padre. Me convenció para ir con él a Boston.

-No comprendo cómo aceptó.

-Siempre acababa haciendo lo que él quería por temor a sus amenazas. Nada más llegar me dijo: «Ahora no te puedes escapar, eres mía». En ese mismo instante habría vuelto, pero si lo hacía, podía acusarme de abandono de hogar y secuestro de menores.

-Estaba atrapada.

-¿Recuerda la película Durmiendo con su enemigo? Me veo reflejada. Él alineaba las sopas Campbell en el armario y si veía una mal colocada, venía y me decía: «Ven un momento. Lo ves, tienes que dejarla así». Cuando volvía a casa, me temblaban las piernas. Le evitaba al máximo. Intentaba dormir con las niñas. Pero su agresividad aumentó. Me empujaba, me cogía fortísimo del brazo. Así, hasta que la pasada Navidad regresamos a Mataró.

-Otra vez en casa.

-Sí. Pero el pasado 3 de enero, al volver de una comida familiar a la que no quiso ir, me dio una paliza y me dijo que, si lo contaba, me iba a matar. Entonces llegó mi madre y su pareja con un túper con comida que me había olvidado. Dejé a las niñas con ellos y salí corriendo, con él tras de mí, mientras llamaba a los Mossos. Me encontraron encerrada en un cajero y avisaron a la ambulancia. El médico certificó contractura lumbar, policontusiones y hematomas.

-¿Qué pasó con él?

-Lo arrestaron y dictaron una orden de alejamiento. Tres semanas después se fue a EEUU y al poco recibí una notificación de divorcio. Mientras que en España presentaba una falsa prueba de paternidad que pretendía demostrar que las niñas no eran suyas para no pagar manutención, en EEUU las reclamaba.

-Hay rasgos parecidos a la historia de Carrascosa.

-Una diferencia es que a mí me ha denunciado por intento de envenenamiento. Pidió a Interpol que me detuvieran en cualquier aeropuerto. Interpol me llamó y se aclaró todo. Pero como en EEUU no tengo derecho a un abogado de oficio, mi defensa asciende a 40.000 euros y no dispongo de ese dinero. Necesito ayuda económica o un abogado estadounidense que me represente allí.

-¿Podría acabar entre rejas?

-Lo curioso es que él no pide cárcel para mí, sino una indemnización de 100.000 dólares. Supongo que su intención es que no pueda tener nada a mi nombre. Es posible que me pase la vida pagando algo que no he hecho, pero tengo a mis hijas conmigo. Gracias a ellas no me he vuelto loca.

-Y se acabó el miedo...

-En el 2015 podrá entrar en España y hacer lo que guste. El miedo no cesa.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Gente corriente
Bailarín. Pero antes jugó voleibol profesional, y ahora lo tienta la prevención de riesgos. Un hombre que cambia.
Jordi Traver: «A una mujer que no sabe la saco a bailar un pasodoble»
Su primera gran metamorfosis Jordi Traver la puso en marcha cuando tenía 30 años, se había convencido de que nunca sería una estrella y decidió dejar el voleibol profesional. «Hice una carrerita. ¿Era bueno? A nivel de Catalunya no era malo. A nivel de España era mediocre». Había prestado sus servicios en el Hispano Francés, en el equipo de la Agrupación Deportiva Bomberos y en el Orient Puerto de Málaga, pero el sueño de ser un grande se había esfumado y él optó por un cambio radical: iba a convertirse en bailarín de ballet.

-Radical... lo que se dice radical.
-Bueno, había antecedentes. Le explico: antes del voleibol, cuando yo tenía 16 o 17 años, el tema del ballet me llamaba mucho la atención, pero cuando fui a preguntar a las escuelas me miraron como a un marciano. Porque ya era muy mayor, primero, pero sobre todo porque era chico. Ni uno, no había ni uno. Lo que ocurrió es que lo del voleibol despegó, de modo que yo me olvidé.
-Y cuando dejó el voleibol...
-Pues sí, dejé el voleibol y aún estaba en forma, y el ballet me seguía gustando y volví a probar. Hay una fecha clave, por cierto: el 1 de julio de 1995. Es cuando voy a la escuela de danza de Ramon Solé, le cuento mi historia y él lo primero que me dice es esto: «Dame el pie». Le dejo ver mi pie y él dice: «Tienes buen en dehors». Él entonces ya estaba muy enfermo, y yo creo que por eso lo de encontrar de repente a un hombre adulto, con mi historia, que tenía tanta ilusión... yo creo que todo eso a él le dijo algo.
-Cuénteme. ¿Muy difícil?
-Pues sí. Duro. Pero el hecho es que a mí me encantaba, y Ramon prácticamente me había adoptado, así que había mucho empeño. Hasta que un día llamó Marisa Yudes, que tenía una escuela de danza en Badalona, y le dijo a Ramon que necesitaba un chico, y Ramon me recomendó. Y fue con ella que terminé haciéndolo casi todo: El lago de los cisnes, Coppélia, El Cascanueces, La bella durmiente...
-¿Y empezó a trabajar en las salas de baile? ¿O eso fue después?
-No, fue más o menos a la vez. La verdad es que en ese momento todo se solapa: el ballet clásico, los bailes de salón, las clases... No le había dicho, ¿no? Sí, también daba clases, de hecho lo sigo haciendo. En centros cívicos, gimnasios, asociaciones...
-Cuénteme lo de las salas de baile.
-Eso fue gracias a un amigo. Trabajaba en el Sutton. Yo le había dicho: «Si alguna vez necesitan a alguien, dímelo». Y así fue. Un día me llamó.
-¿Y usted sabía...?
-Qué va. ¿Pero usted cree que yo sabía mucho cuando hice mi primer ballet? Lo justo. Tenía facilidad, presencia física y una técnica que sí, era limpia, pero discreta. Nada más.
-¿Y en las salas?
-¿Quiere que le cuente? Tocaban un tango y yo me iba al baño. Lo demás, bueno, sabía cuatro cosas y me defendía. Sabía lo básico del chachachá, del foxtrot, del pasodoble... Lo que más echaba de menos era saber llevar a una mujer en la pista. Y eso es lo más importante en esos sitios.
-¿Saber llevar?
-Claro. En mi opinión, el trabajo del bailarín de sala no es tanto bailar bien como adaptarse a la señora. Y para eso hay mil estrategias, solo que yo entonces no las conocía. Las conozco ahora, que llevo 15 años.
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo: a una señora que no sabe lo mejor es sacarla a bailar pasodoble, que es básicamente caminar, y luego darle vueltas mirando siempre que ella te encuentre de frente. Tú haces eso y se va contenta. Porque de eso se trata. Tu trabajo es que ella diga: «Mira, he bailado un tango y no sé ni cómo lo he hecho».
-O sea, que fue aprendiendo.
-Poco a poco. Y luego ya cogí carrerilla, me empezaron a llamar de varios sitios... Pero no solo salas de baile, ¿sabe? Le voy a contar algo: una vez me contrataron para el cumpleaños de una señora. ¿Sabe cuántos hacía? Ochenta años. ¿Y sabe por qué me llevaron? Porque había enviudado hacía 10 años y desde entonces no bailaba. Pues eso: estuve dos horas bailando pasodobles con ella. Al poco tiempo supe que había muerto.
Su segunda gran metamorfosis Jordi Traver... Está en ello: después de 15 años de trajinar por todas las salas de baile de Barcelona, de enseñar en centros cívicos, gimnasios y asociaciones de vecinos y de hacer ballet clásico («aunque eso, la verdad, lo he ido dejando...»), Jordi se ha sacado la titulación en Prevención de Riesgos Laborales. Y lo que quiere es dedicarse a eso. Nada que ver con el voleibol. Nada que ver con bailar.
-Radical.
-Etapas. Tengo etapas.