pues no esta la cosa como para derrochar y menos en salud.
El 20% de las recetas que redactan los médicos del sistema sanitario público no son retiradas de las farmacias por sus pacientes. Es un dato curioso que puede responder a distintos factores, pero que no se sabe si es nuevo. De hecho, se ha conocido gracias a la implantación de la receta electrónica, que facilita la trazabilidad de las prescripciones.
Ese exceso puede obedecer, entre otras razones, a que los médicos hacen más recetas de las necesarias, tesis a la que se abona la Conselleria de Salut; a que el programa informático que traduce la prescripción y la posología en número de unidades, teniendo en cuenta las dosis de cada recipiente, no funciona bien; o a que los pacientes no agotan los fármacos, con cuyo sobrante nutren sus botiquines caseros. Esta última tesis puede cuadrar, aunque parezca contradictorio, con el hecho de que entre los medicamentos no retirados figuren muchos de los que tratan enfermedades crónicas. En cualquier caso, la sumisión del médico al enfermo en su afán por ser recetado no es una explicación muy creíble: habría que concluir que lo que quiere el paciente es el papel, no el producto.
Da la impresión, eso sí, de que las autoridades sanitarias han entendido que el control del gasto pasa por el propio sistema y por sus empleados, por la colaboración y el entendimiento de todos en la persecución de los mismos objetivos. Sin embargo, Salut está dando pasos en sentido contrario, como dirigirse por carta a los enfermos para comunicarles un cambio de medicación, a favor de un genérico, sin la intervención del facultativo que lo recetó inicialmente.
El 20% de las recetas que redactan los médicos del sistema sanitario público no son retiradas de las farmacias por sus pacientes. Es un dato curioso que puede responder a distintos factores, pero que no se sabe si es nuevo. De hecho, se ha conocido gracias a la implantación de la receta electrónica, que facilita la trazabilidad de las prescripciones.
Ese exceso puede obedecer, entre otras razones, a que los médicos hacen más recetas de las necesarias, tesis a la que se abona la Conselleria de Salut; a que el programa informático que traduce la prescripción y la posología en número de unidades, teniendo en cuenta las dosis de cada recipiente, no funciona bien; o a que los pacientes no agotan los fármacos, con cuyo sobrante nutren sus botiquines caseros. Esta última tesis puede cuadrar, aunque parezca contradictorio, con el hecho de que entre los medicamentos no retirados figuren muchos de los que tratan enfermedades crónicas. En cualquier caso, la sumisión del médico al enfermo en su afán por ser recetado no es una explicación muy creíble: habría que concluir que lo que quiere el paciente es el papel, no el producto.
Da la impresión, eso sí, de que las autoridades sanitarias han entendido que el control del gasto pasa por el propio sistema y por sus empleados, por la colaboración y el entendimiento de todos en la persecución de los mismos objetivos. Sin embargo, Salut está dando pasos en sentido contrario, como dirigirse por carta a los enfermos para comunicarles un cambio de medicación, a favor de un genérico, sin la intervención del facultativo que lo recetó inicialmente.
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