El acuerdo firmado ayer tiene la flexibilidad necesaria para acercarse al modelo ideal
¿Cuál es el problema de las pensiones? ¿Cómo valorar la reforma que firmaron ayer Gobierno, sindicatos y patronal? Veamos.
El problema básico es asegurar las pensiones de nuestros nietos. Es decir, que aquellos jóvenes que hoy, con sus cotizaciones, están pagando las pensiones de los actuales jubilados puedan también, llegado el momento de su jubilación, recibir pensiones equivalentes a las actuales. De lo contrario, veríamos cómo, por primera vez después de tres generaciones, nuestros nietos vivirán peor que nosotros. Eso no es moralmente aceptable.
Lord Keynes, uno de los economistas más influyentes de todos los tiempos y el que mejor supo explicar por qué la economía de mercado es maniacadepresiva y cómo sacarla de la depresión, escribió en 1930 un ensayo sobre «las posibilidades económicas de nuestros nietos». Afirmaba que en 100 años a partir de esa fecha la mayoría de la humanidad habría resuelto el perpetuo problema de la subsistencia. De momento, al menos en los países ricos como el nuestro, esa predicción se ha cumplido en algún grado.
Un ámbito en el que es más evidente es el de la pobreza de los mayores. Ese era un verdadero problema social en la época en que Keynes escribió su ensayo. En muchos casos, la disminución de ingresos llegada la jubilación hacía que muchos mayores cayesen en la pobreza y tuviesen que ir a vivir con sus hijos.
Hoy las cosas han cambiado. En varios sentidos, aunque no todos buenos. Ahora, la mayor parte de los mayores cuando se jubilan tienen unos ingresos mínimos que vienen de las pensiones y que permiten una vida digna. Por el contrario, muchos hijos tienen ingresos laborales menores que no dan para vivir, menores que los de sus padres jubilados. Casi hay menos pobreza en los mayores que entre los jóvenes. De ahí que ahora sean los hijos los que vuelven a vivir con sus padres.
¿Cuál ha sido la causa de esta mejora de las condiciones de vida de nuestros mayores? No hay duda: el llamado Estado del bienestar. Y, en particular, las pensiones del sistema público.
El siglo XX será recordado como una época dramática de la humanidad. Entre otras razones, por dos guerras mundiales que segaron la vida de decenas de millones de personas. Pero también ha tenido cosas buenas. Una de ellas es la construcción del Estado del bienestar (seguro de pensiones, seguro de enfermedad, seguro de desempleo, sanidad y educación pública y otro tipo de políticas sociales). Es la mayor innovación social en la historia de la humanidad. Su impacto en la igualdad social y en las condiciones de vida de la mayoría de la población ha sido maravilloso.
En este terreno tenemos muchos motivos para ser conservadores; para tratar de conservar algo que tantos beneficios ha dado.
Pero conservar no significa que nada cambie. Los defensores a ultranza del sistema de pensiones tal como hoy lo tenemos son sus principales enemigos. ¿Qué sentido tiene hoy, por ejemplo, sacralizar la edad de 65 años? Ninguno. Esa edad se estableció a principios del siglo pasado cuando la esperanza de vida media era aproximadamente de 40 años. Hoy es de 80 años. Y dado que aumenta un año cada década, en el 2050 será de 85 años. Pero ¿en qué se va a emplear ese aumento de años de vida? ¿Solo en ocio? No tiene sentido.
Por su parte, los críticos se pasan proponiendo «reformas estructurales radicales», «con o sin consenso». Pero tienen razón, al menos, en tres críticas. Primera, que las pensiones crecen a mayor velocidad que las cotizaciones. Segunda, que se reducen los incentivos para esforzarse, favoreciendo las prejubilaciones generalizadas. Tercera, que es injusto al tener en cuenta solo los últimos 15 años de cotización.
Para mí, un sistema ideal es aquel que cumple dos condiciones. Por un lado, que tiene una mayor proporcionalidad entre lo que has aportado por cotizaciones y lo que recibes por pensión (sin tener que llegar al 100%). Por otro, que tiene la flexibilidad suficiente para adaptar la edad de jubilación a las condiciones de salud de los trabajadores, y que a la vez es capaz de incentivar que los que están en mejores condiciones de salud y con ganar de seguir trabajando lo puedan hacer sin ser penalizados. Ahora, si anticipas la jubilación un año pierdes un 8 % de ingresos, pero si alargas un año solo aumentan un 2 %. No tiene sentido.
¿Avanza en esta dirección el acuerdo firmado ayer? Pienso que tiene la flexibilidad necesaria para acercarse a ese modelo ideal.
Es importante que se haya vinculado la reforma de las pensiones a la del mercado laboral. Si aumenta el número de pensionistas, tiene que aumentar el número de empleados. De lo contrario, lo que se ingrese por cotizaciones irá siendo menor que lo que se paga por pensiones. Esto hace insostenible el sistema para asegurar las pensiones de nuestros nietos.
Pero de esa vinculación hablaremos en otra ocasión. De momento, celebremos que la reforma se haya iniciado con consenso. Es un buen comienzo.
¿Cuál es el problema de las pensiones? ¿Cómo valorar la reforma que firmaron ayer Gobierno, sindicatos y patronal? Veamos.
El problema básico es asegurar las pensiones de nuestros nietos. Es decir, que aquellos jóvenes que hoy, con sus cotizaciones, están pagando las pensiones de los actuales jubilados puedan también, llegado el momento de su jubilación, recibir pensiones equivalentes a las actuales. De lo contrario, veríamos cómo, por primera vez después de tres generaciones, nuestros nietos vivirán peor que nosotros. Eso no es moralmente aceptable.
Lord Keynes, uno de los economistas más influyentes de todos los tiempos y el que mejor supo explicar por qué la economía de mercado es maniacadepresiva y cómo sacarla de la depresión, escribió en 1930 un ensayo sobre «las posibilidades económicas de nuestros nietos». Afirmaba que en 100 años a partir de esa fecha la mayoría de la humanidad habría resuelto el perpetuo problema de la subsistencia. De momento, al menos en los países ricos como el nuestro, esa predicción se ha cumplido en algún grado.
Un ámbito en el que es más evidente es el de la pobreza de los mayores. Ese era un verdadero problema social en la época en que Keynes escribió su ensayo. En muchos casos, la disminución de ingresos llegada la jubilación hacía que muchos mayores cayesen en la pobreza y tuviesen que ir a vivir con sus hijos.
Hoy las cosas han cambiado. En varios sentidos, aunque no todos buenos. Ahora, la mayor parte de los mayores cuando se jubilan tienen unos ingresos mínimos que vienen de las pensiones y que permiten una vida digna. Por el contrario, muchos hijos tienen ingresos laborales menores que no dan para vivir, menores que los de sus padres jubilados. Casi hay menos pobreza en los mayores que entre los jóvenes. De ahí que ahora sean los hijos los que vuelven a vivir con sus padres.
¿Cuál ha sido la causa de esta mejora de las condiciones de vida de nuestros mayores? No hay duda: el llamado Estado del bienestar. Y, en particular, las pensiones del sistema público.
El siglo XX será recordado como una época dramática de la humanidad. Entre otras razones, por dos guerras mundiales que segaron la vida de decenas de millones de personas. Pero también ha tenido cosas buenas. Una de ellas es la construcción del Estado del bienestar (seguro de pensiones, seguro de enfermedad, seguro de desempleo, sanidad y educación pública y otro tipo de políticas sociales). Es la mayor innovación social en la historia de la humanidad. Su impacto en la igualdad social y en las condiciones de vida de la mayoría de la población ha sido maravilloso.
En este terreno tenemos muchos motivos para ser conservadores; para tratar de conservar algo que tantos beneficios ha dado.
Pero conservar no significa que nada cambie. Los defensores a ultranza del sistema de pensiones tal como hoy lo tenemos son sus principales enemigos. ¿Qué sentido tiene hoy, por ejemplo, sacralizar la edad de 65 años? Ninguno. Esa edad se estableció a principios del siglo pasado cuando la esperanza de vida media era aproximadamente de 40 años. Hoy es de 80 años. Y dado que aumenta un año cada década, en el 2050 será de 85 años. Pero ¿en qué se va a emplear ese aumento de años de vida? ¿Solo en ocio? No tiene sentido.
Por su parte, los críticos se pasan proponiendo «reformas estructurales radicales», «con o sin consenso». Pero tienen razón, al menos, en tres críticas. Primera, que las pensiones crecen a mayor velocidad que las cotizaciones. Segunda, que se reducen los incentivos para esforzarse, favoreciendo las prejubilaciones generalizadas. Tercera, que es injusto al tener en cuenta solo los últimos 15 años de cotización.
Para mí, un sistema ideal es aquel que cumple dos condiciones. Por un lado, que tiene una mayor proporcionalidad entre lo que has aportado por cotizaciones y lo que recibes por pensión (sin tener que llegar al 100%). Por otro, que tiene la flexibilidad suficiente para adaptar la edad de jubilación a las condiciones de salud de los trabajadores, y que a la vez es capaz de incentivar que los que están en mejores condiciones de salud y con ganar de seguir trabajando lo puedan hacer sin ser penalizados. Ahora, si anticipas la jubilación un año pierdes un 8 % de ingresos, pero si alargas un año solo aumentan un 2 %. No tiene sentido.
¿Avanza en esta dirección el acuerdo firmado ayer? Pienso que tiene la flexibilidad necesaria para acercarse a ese modelo ideal.
Es importante que se haya vinculado la reforma de las pensiones a la del mercado laboral. Si aumenta el número de pensionistas, tiene que aumentar el número de empleados. De lo contrario, lo que se ingrese por cotizaciones irá siendo menor que lo que se paga por pensiones. Esto hace insostenible el sistema para asegurar las pensiones de nuestros nietos.
Pero de esa vinculación hablaremos en otra ocasión. De momento, celebremos que la reforma se haya iniciado con consenso. Es un buen comienzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario